viernes, 14 de abril de 2017

No sé si es apatía o nerviosismo extremo
pero hay unas huellas dactilares que ya conozco
apretándome el cuello
desde que en la mancha de café de mi taza esta mañana
no supe reconocer ninguna forma.
Nada.
Quizás sólo es hambre,
por alimentarme de días que sacian pero no llenan,
o sólo estas comodidades
que cada vez me hacen sentir más incomoda
y ser feliz, que a veces,
ya me da vergüenza.
Es que salir a la calle es un medidor de energía
que siempre está restando
y yo lucho porque el día que llegue a 0
pueda mirarlo sin sentirme una miserable más;
un fantasma más
que se arrastra por la ciudad con cara de pena,
de cansancio, de indiferencia...
un fantasma más de esos que no sueñan
porque soñar no cuesta dinero.
Y esas almas tan vacías
te miran hasta hacer un agujero en la tuya
y es por ahí por donde puedes ver
que hay otra realidad donde caer sólo significa volver de un salto,
donde la empatía llora dentro de la caja de pandora.
La mirilla de la indiferencia te envuelve entre sus colores
y la realidad es tan sólo gris
pero prefiero el dolor real de arrastrar mis uñas por la pared que nos separa
que sentir el abrazo de una persona que ya perdió el derecho a sentir.

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