Hoy, he vuelto a soñar con nuestro futuro.
En él no había tiempo, no había relojes a los que intentar joder,
no había despedidas, no había inviernos que pasar sin ti.
Había todo lo que quisimos, y un poco de amor,
pero sin las cuatro letras que lo forman
para que el miedo de ambos a decirlo en voz alta
no nos hiciera dejar de sentirlo.
Había bares, poesía, viajes.
Ciudades donde recitarnos en cualquier idioma,
donde hacerte mío en cualquier parte meteorológico.
Versos donde pudiésemos poner
todas las blasfemias que se nos ocurriesen
para describirnos el uno al otro,
incluso alguna que inventamos
con el propósito de poder escribirlo luego
en todas las paredes en blanco.
Había días que pasar sin hacer nada más que mirárnos,
y aprendérnos el DNI del otro no en números,
sino en caricias.
Había, sobre todo, noches.
Vivíamos en la casita azul, que un día cantó Robe,
quizás para nosotros,
donde guardar todos los besos que nos debíamos
por si algún día los necesitábamos.
No había distracciones, no había tele. Tal y como tú quisiste.
Sólo había música para que yo bailase al son de tus ojos
mientras me mirabas.
Para decorarme más las mañanas donde me despertaba, y te veía.
Y en la preciosa plenitud de tenerte, la música, osea tu voz,
llenaba la habitación de no querer irme nunca.
No había miedos, no había derrotas,
no había silencios si no eran para llenarlos de gemidos.
Sólo había ropa para poder quitárnosla
y no volver a ponérnosla nunca.
No teníamos hijos porque a ti te gustaban demasiado
y no planebas tenerlos nunca.
Porque yo los odiaba
y planeaba tener 3 o 4.
O quizás una, y que fuese niña, para llamarla libertad.
Y que volase,
como volabas tú abriendo todas las ventanas
sólo con respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario