Hoy, he vuelto a soñar con nuestro futuro.
En él no había tiempo, no había relojes a los que intentar joder,
no había despedidas, no había inviernos que pasar sin ti.
Había todo lo que quisimos, y un poco de amor,
pero sin las cuatro letras que lo forman
para que el miedo de ambos a decirlo en voz alta
no nos hiciera dejar de sentirlo.
Había bares, poesía, viajes.
Ciudades donde recitarnos en cualquier idioma,
donde hacerte mío en cualquier parte meteorológico.
Versos donde pudiésemos poner
todas las blasfemias que se nos ocurriesen
para describirnos el uno al otro,
incluso alguna que inventamos
con el propósito de poder escribirlo luego
en todas las paredes en blanco.
Había días que pasar sin hacer nada más que mirárnos,
y aprendérnos el DNI del otro no en números,
sino en caricias.
Había, sobre todo, noches.
Vivíamos en la casita azul, que un día cantó Robe,
quizás para nosotros,
donde guardar todos los besos que nos debíamos
por si algún día los necesitábamos.
No había distracciones, no había tele. Tal y como tú quisiste.
Sólo había música para que yo bailase al son de tus ojos
mientras me mirabas.
Para decorarme más las mañanas donde me despertaba, y te veía.
Y en la preciosa plenitud de tenerte, la música, osea tu voz,
llenaba la habitación de no querer irme nunca.
No había miedos, no había derrotas,
no había silencios si no eran para llenarlos de gemidos.
Sólo había ropa para poder quitárnosla
y no volver a ponérnosla nunca.
No teníamos hijos porque a ti te gustaban demasiado
y no planebas tenerlos nunca.
Porque yo los odiaba
y planeaba tener 3 o 4.
O quizás una, y que fuese niña, para llamarla libertad.
Y que volase,
como volabas tú abriendo todas las ventanas
sólo con respirar.
domingo, 17 de marzo de 2013
miércoles, 13 de marzo de 2013
El camino de vuelta
Cuando empezamos a ser,
aún no sé muy bien cuando,
empezó un camino de diferentes paradas
y destino en ningún lugar, pero juntos.
El camino de los suspiros a medio terminar,
de los sucidios en tu boca,
de los kilómetros de no poder tocarnos,
de las caídas que siempre acaban en tu cama.
Ví ese camino gracias a la luz que desprenden tus ojos,
fijos aunque cambien de color.
Caminé, como quien camina hacia cualquier lugar donde estás tú,
como se camina cuando es la poesía y el poeta a la vez
el que te espera al dar la esquina.
Me encontré, gracias a las huellas que dejaste
con cada una de las letras que forman "nosotros"
y tú ya sabes, que son muchas más de 8.
Me perdí, a veces, en todos los poemas que me escribiste,
en todas las cosas que supiste decirme en el momento justo,
en su exacta medida,
como si las hubieses leido directamente de mi cabeza.
Me ví en el cielo de repente,
y yo, sin chaleco salvavidas.
Me arriesgué todo el camino,
y eso fue lo realmente bonito.
Me escribiste un día, que entre tú y yo
había además un camino de vuelta.
Siempre. Pasase lo que pasase.
Que yo sabía cómo volver.
Que tenías la certeza de que no iba a olvidarlo.
Cómo olvidarlo...
Que aunque tú no creas en el destino,
yo creo por los dos.
Pero dime si vale la pena volver a ciegas,
sin saber si vas a estar tú al otro lado
de este camino de vuelta.
aún no sé muy bien cuando,
empezó un camino de diferentes paradas
y destino en ningún lugar, pero juntos.
El camino de los suspiros a medio terminar,
de los sucidios en tu boca,
de los kilómetros de no poder tocarnos,
de las caídas que siempre acaban en tu cama.
Ví ese camino gracias a la luz que desprenden tus ojos,
fijos aunque cambien de color.
Caminé, como quien camina hacia cualquier lugar donde estás tú,
como se camina cuando es la poesía y el poeta a la vez
el que te espera al dar la esquina.
Me encontré, gracias a las huellas que dejaste
con cada una de las letras que forman "nosotros"
y tú ya sabes, que son muchas más de 8.
Me perdí, a veces, en todos los poemas que me escribiste,
en todas las cosas que supiste decirme en el momento justo,
en su exacta medida,
como si las hubieses leido directamente de mi cabeza.
Me ví en el cielo de repente,
y yo, sin chaleco salvavidas.
Me arriesgué todo el camino,
y eso fue lo realmente bonito.
Me escribiste un día, que entre tú y yo
había además un camino de vuelta.
Siempre. Pasase lo que pasase.
Que yo sabía cómo volver.
Que tenías la certeza de que no iba a olvidarlo.
Cómo olvidarlo...
Que aunque tú no creas en el destino,
yo creo por los dos.
Pero dime si vale la pena volver a ciegas,
sin saber si vas a estar tú al otro lado
de este camino de vuelta.
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