viernes, 17 de mayo de 2019

17052019


Ya no sé quién soy.
No sé si mañana me reconoceré en estas líneas
o si me reconoceré desde la empatía del lector.

El color hormigón de este cielo de ciudad
me ha dejado ciega,
no consigo ver la luz en ningún alma,
los colores me parecen obvios,
no me emociona ninguna obra de arte;
este sitio es tanto y tan poco...

Las prisas y los minutos entre frecuencias de tranvía
me atan los pies
y no encuentro otros pies a los que seguir,
un sendero con migas de pan,
una linea amarilla pintada en un árbol,
una señal.

Es este olor a gasolina y a rueda quemada
el que me hace soñar con olor a hierba y jazmín en mis manos
pero cuando me despierto ya no recuerdo haber soñado con eso
y vuelta a empezar.
Se me olvida lo que quiero, se me olvida...
Se me olvida quién soy, quién era, se me olvida...
Se me olvida lo que siento y lo que me hace estar viva
entre cortos periodos de felicidad empaquetada
que consumo con una sonrisa
y que mi cuerpo asume con inercia;
pero el vacío se hace más y más grande en cada trago
y explota un día como hoy,
como ayer, como cualquier día.

Se me olvida el tiempo porque vivo encerrada en él.
Se me olvidan los sueños, pero no las pesadillas:
despertarme otro día sintiendo que no estoy haciendo lo que quiero,
despertarme otro día sin recordar lo que quiero,
Despertarme otro día sin olor a jazmín
y silencio a mi alrededor.
Despertarme otro día con miedo al cambio.

Vivir en el cambio, escapar del tiempo,
no echar raíces, no formar parte de nada.
Cuando recuerdo el sueño,
ahí es donde nace el miedo.

El problema de tener sueños
es que no puedes cumplirlos.


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