viernes, 11 de octubre de 2019


"Las cadenas son cadenas aún de seda"
                                  Los Chikos del maíz


una pieza más de esta cadena de producción que es la sociedad
soy,
una gota en el océano.
puedo ser feliz
y en ese derecho está mi deber:
debo ser feliz.
nuestro único objetivo en la vida es ser felices, pero ¿cómo?
¿cómo se es feliz? ¿debo descubrirlo o simplemente debo ser feliz en la búsqueda?
no sé cómo llegar a ella, no le pongo forma, ni nombre, ni rostro,
no tengo ni idea de cómo puede ser...
se me ha aparecido en sueños a veces,
a veces he sentido su presencia
efímera,
como una respiración en el cuello.
¿y si la encuentro? ¿qué debo hacer con ella? ¿debería encerrarla, tenerla para mí?
¿o debería dejarla libre?
definitivamente debería ser libre para que otros también la encuentren,
para que todos la tengan, así se acabaría la búsqueda y...
¿qué haríamos entonces? ¿en que se basaría nuestra vida? ¿acaso seríamos la nada?
seres sin rumbo, sin esperanza.
no necesitaríamos esperanza, no esperaríamos nada, seriamos hojas movidas por el viento,
ni siquiera tendríamos sentido del tiempo,
a quién le importa el mañana si existe el hoy.
el caso es que existe, y tenemos que encontrarla porque ser infelices es lo contrario a vivir...
pero yo ya lo he probado
lo de no ser feliz
y sigo viva, todos seguimos vivos,
¿cómo es posible? ¿y si siempre es así? debemos hacer algo para encontrarla, unirnos, cuantos mas seamos más fácil será encontrarla.
sobretodo si somos dos, dos es el número perfecto. debe serlo porque todos se unen en grupos de dos y la mayoría han encontrado la felicidad dicen, el secreto debe estar ahí, en ser dos.
amor, dicen que así se llama, si no lo tienes no puedes encontrarla.
pero, si somos más de dos, ¿no deberíamos tener más posibilidades de encontrarla?
a ella, a la felicidad, le tienen que gustar mucho las personas, sino debe ser muy infeliz;
todos los días hay gente basando su vida en encontrarla.

viernes, 17 de mayo de 2019

17052019


Ya no sé quién soy.
No sé si mañana me reconoceré en estas líneas
o si me reconoceré desde la empatía del lector.

El color hormigón de este cielo de ciudad
me ha dejado ciega,
no consigo ver la luz en ningún alma,
los colores me parecen obvios,
no me emociona ninguna obra de arte;
este sitio es tanto y tan poco...

Las prisas y los minutos entre frecuencias de tranvía
me atan los pies
y no encuentro otros pies a los que seguir,
un sendero con migas de pan,
una linea amarilla pintada en un árbol,
una señal.

Es este olor a gasolina y a rueda quemada
el que me hace soñar con olor a hierba y jazmín en mis manos
pero cuando me despierto ya no recuerdo haber soñado con eso
y vuelta a empezar.
Se me olvida lo que quiero, se me olvida...
Se me olvida quién soy, quién era, se me olvida...
Se me olvida lo que siento y lo que me hace estar viva
entre cortos periodos de felicidad empaquetada
que consumo con una sonrisa
y que mi cuerpo asume con inercia;
pero el vacío se hace más y más grande en cada trago
y explota un día como hoy,
como ayer, como cualquier día.

Se me olvida el tiempo porque vivo encerrada en él.
Se me olvidan los sueños, pero no las pesadillas:
despertarme otro día sintiendo que no estoy haciendo lo que quiero,
despertarme otro día sin recordar lo que quiero,
Despertarme otro día sin olor a jazmín
y silencio a mi alrededor.
Despertarme otro día con miedo al cambio.

Vivir en el cambio, escapar del tiempo,
no echar raíces, no formar parte de nada.
Cuando recuerdo el sueño,
ahí es donde nace el miedo.

El problema de tener sueños
es que no puedes cumplirlos.


domingo, 24 de febrero de 2019

2015

Hace 4 años, clase de Producción, tema libre. Yo escribí esto:

Era el día después del anterior, uno de tantos en los que había perdido el concepto de tiempo. No sabía si llevaba horas, días o años encerrado entre esas cuatro paredes grises sin ningún atisbo de esperanza. Pasaba los días mirando la pared y la puerta de la celda, como si esperara a que algo volviese, a que alguien regresara. No decía una sola palabra más que las siguientes: “La han matado, la sociedad la ha matado”, como susurrando, como rendido ante las miradas de pena y desasosiego de los cuidadores. Dormía, se levantaba, comía y miraba la pared. Dormía, miraba la pared, comía. Y así día tras día, siglo tras siglo. Dormía y soñaba con ella, y ahí, con los ojos cerrados, gritaba desesperado un sólo nombre: “Libertad”. Lo repetía continuamente, cada noche, y se despertaba buscándola, sudando, hasta que otra vez se daba cuenta de que no estaba. Lágrimas hasta volverse a dormir. “Se ha vuelto loco por una mujer.”- repetían los psicólogos- “Nadie sabe quién es, nadie la ha visto, nunca explica por qué repite que la han matado. Seguramente ni siquiera exista, la imagina. Pobre hombre, ojalá algún día recupere el juicio y sea capaz de decir algo que no sean esas malditas ocho palabras.”
 Ese día se despertó como siempre. Miraba la pared, con mirada perdida, mientras tocaba momentos, ciudades y personas de una vida que había sido suya, pero que ahora apenas recordaba. Ya ni siquiera recordaba ni su nombre, ¿qué importaba si ella no estaba?. Tampoco recordaba el día que todo había terminado, o empezado, según los ojos que lo mirasen. No recordaba cómo había llegado allí, sólo su mano alejándose de la de ella. Pero ese día no era otro. Ese día volvió a verla. Abrieron su celda y lo sacaron. Él pensó que le llevaban al comedor o al patio, como cada día, pero no fue así. Lo condujeron por un pasillo que no conocía, un pasillo que no parecía terminar. Al final, una puerta. La abrieron y se encontró una habitación a oscuras. Lo empujaron dentro y permaneció bajo la oscuridad unos segundos, hasta que de pronto se encendió la luz: todo estaba lleno de espejos. Lo que vio le hizo sentir que miraba algo por primera vez, le hizo despertar. Empezó a gritar su nombre, el de ella, esta vez con alegría, y tocó cada espejo de la sala. “Libertad está viva.”
Tres horas más tarde, cuando fueron a buscarlo, se encontraron con un distinto al que habían dejado dentro. Lo miraron, esperando expectantes a que dijera algo, hasta que susurró, casi sin aliento: “Libertad no ha muerto, sigue viva en mí aunque esté preso entre todos estos reflejos de un pobre hombre loco."