Había un cielo entre tú y yo
pero tampoco ahí cabían mis ganas,
mis lamentos de tiempos fugaces,
mis lazos para no atarte.
Había un cielo, en el que tus sonrisas latían junto a mi fe,
en el que no pensábamos en sentir, un cielo en el que juramos volar siempre hacia el mismo horizonte;
aunque fuese lejos y hubiese países y fronteras
y personas y años de por medio
y un ejercito de miedos que no iban a censurar nuestra sonrisa.
Caímos en las primeras redes
y ninguno de los dos lo llamó injusticia.
Lo dejamos estar, lo dejamos hacerse escombros.
Lo dejamos morir de tanto regarlo primero
y de negarle hasta las lágrimas luego.
No se acabó el amor,
se cortó la raíz cuando ella nos estaba respirando
y ni siquiera fue a tiempo.
Y esa no fui yo.
Aún me veo salvándote de cualquier guerra antes de recordar cómo me llamo.
Es mi forma de decir que el tiempo pasa y no lo veo,
que los sentimientos se transforman pero no mueren,
que los años se me escapan de las manos
pero el corazón sigue suspirando siempre por los mismos colores,
que sigue arrojando sentimientos antes de que yo los sepa nombrar.
Que esta nostalgia ya a veces consigue hacerme sonreír
y no me va tan mal.
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