domingo, 12 de abril de 2015


He soñado con la guerra.
La tierra estaba levantada
tenía los ojos llenos de ella
y el aire me pegaba en la cara,
apenas podía respirar.
Me levanté y al abrir los ojos
vi mi rostro en el reflejo de una lágrima
de un niño que lloraba en frente mío.
Tenía la cara rasgada,
la ropa rota,
y el brazo lleno de sangre.
No me dio tiempo a pensar qué hacía allí
quién era yo
y por qué pasaba todo aquello
porque era un sueño
y yo nunca me hago muchas preguntas.
Cogí al niño en brazos
y atravesé un desierto que se hizo demasiado corto para ser real,
de pronto estábamos entre cuatro rejas
en algo que parecía un campamento de refugiados
pero donde nadie parecía triste.
Una señora se acercó histérica
y me llevó a una esquina,
cogió al niño y saco una gasa,
alcohol, y no recuerdo qué más,
nadie pensó que la herida más grave
estaba en los ojos del niño
y no se iba a ir nunca.
Nadie le miró a la cara.
Lo vi llorar
y no pude evitar hacerlo yo,
no había dicho ni una palabra
y seguía sin hacerlo,
creo que no lo hizo en todo el sueño.
Nadie habló,
sólo escuchaba el llanto del niño
y un murmullo de voces lejanas que me agobiaban.
No sé si no podían vernos
o simplemente ignoraban el dolor.
Lloré, quizás con más rabia que pena,
y me dije que no iba a dejar que nadie más pasase por eso,
como si yo fuese alguien,
como si pudiese hacerlo:
por eso era un sueño,
hasta que levanté la cabeza
y en un cruce de miradas
los ojos verdes de ese niño que ya quería
me hablaron de todo lo que callaba
con la inocencia de sus 5 años
y el amor de alguien que ha aprendido a ser feliz
entre escombros, bombas y militares.
Me llenó de esperanza
y fue ahí donde dejé de odiar
porque había aún quedaba amor entre toda esa miseria.
Entonces me levanté y el niño, que ya había dejado de llorar,
me cogió la mano
y ahí supe quién era
y qué estaba haciendo allí.
Caminé para buscar la salida
pero sólo encontré rejas y rejas,
recorrí las 4 paredes de ese maldito sitio
para despertar de una vez de esa pesadilla;
pero no apareció la salida
ni tampoco me desperté
hasta que sentí la desesperación
de no poder escapar de la miseria.
Finalmente abrí los ojos
y suspiré aliviada porque sólo había sido un sueño,
sólo,
pero no sé por qué mis manos seguían llenas de tierra.

lunes, 6 de abril de 2015


La noche se me mete dentro
siento su esencia en cada poro
celebro su calma con cada aullido
y busco tu boca en cada calada
mientras me miras desde la parte de arriba de esa luna que nunca alcanzo
y que nunca dejo de mirar.
Como a ti.
Ando buscando mi sonrisa
entre toda esta montaña de sinsentidos que habita en mi mente
desde el momento en el que empecé a contar los días
en los que no era feliz.
No creo en las casualidades;
nunca creí en ellas
por eso dejo mi vida en las manos de cualquiera que la cuide mejor que yo
y que no la apriete demasiado;
sólo dejadme respirar.
No creo en las casualidades
ni en nada que no salga de dentro,
los caparazones se me vuelven absurdos
y llorar una forma mal vista de explotar lo que llevamos dentro.
Siento que los latidos se me salen del pecho
ante cualquier destello de vida que se me cruza
pero la mayor parte del tiempo busco el corazón con vida
dentro de este cuerpo muerto
que ya prácticamente sonríe por educación.
Hago equilibrismos por la rutina
deseando que algo me haga caer,
despertar de este sueño agridulce;
quizás sólo sea que miro donde nadie mira
donde no debería.
Vomito impulsos que van siempre un paso antes que yo,
abro libros compulsivamente, uno tras otro,
esperando encontrar una palabra que me encienda
una señal de qué hacer
o a donde ir,
que me diga por qué siempre huyo, de qué,
por qué esta necesidad de empezar de cero
siempre con la mirada perdida entre recuerdos,
esta sensación de que haga lo que haga nunca es suficiente
de que me persigue el error
este incesante pensamiento de que sólo soy un alma perdida
intentando saciar el mono de algo que no alcanzo a ver.

Sólo encuentro la calma en cada aullido que me lanza la luna.