Vivo en un espejismo de libertad
donde el viento no para de rajarme la cara.
Sólo lloro rabia
porque me duele toda la sangre derramada por los míos,
por los que aún creemos en el amor
y no en el dinero.
Pago una vida, que ni siquiera es mía,
en cada paso que doy
en cada cosa que hago,
y me jode oír la palabra utopía
cada vez que alguien propone un mundo
donde todos seamos iguales.
Me jode el miedo infundado,
las palabras llenas de resignación,
las mentes compradas,
los corazones tullidos de calle,
los ojos que miran a cualquier lado
con tal de no ver la realidad.
Vivo encerrada en un mundo que no entiendo
y sólo quiero cumplir una ley:
no cumplir la ley.
Cada vez que alguien me dice que me rinda
laten más fuertes mis ganas de cambiar el mundo
para que los jóvenes del futuro puedan decir
que nosotros sí pensamos en ellos,
para dejar plantada en cada uno de sus corazones
una semilla de revolución
y que puedan alimentarla
con el recuerdo y el orgullo
de que nosotros luchamos por nuestro presente
y por su futuro.
A ellos quiero decirles
que no sean como nosotros,
que sean todos uno,
que rompan todas las barreras que a nosotros nos pusieron,
que no dejen de luchar,
que valoren el arte y la libertad,
que creen sus propias leyes,
que no dejen que nadie controle sus vidas,
que no paguen por respirar,
que destronen al dinero de la cima del mundo
y que no le tengan miedo a el amor.
A vosotros, sólo me queda una cosa que deciros:
me pone triste el mundo
pero aún me sabe la boca a revolución.